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16.2.10
viva la ignorancia!
Durante gran parte de mi estadía en el camping Santa Rita, escuché el grave y monocorde sonido de unos pájaros.
El canto era interminable, pero me imaginaba algún ave exótica y así lo dejaba pasar.
Una mañana me levanté más temprano de lo habitual, salí de la carpa y dos palomones huyeron aleteando torpemente hasta el árbol más cercano.
¿Sera cierto eso de que la ignorancia es el camino más directo a la felicidad?
Caminando sin pisar.
Camino esta noche solo, tantas veces yo! tantas veces ninguno!
Los grillos de la inmensidad parecen acunar la noche que no ven pero presienten.
El telón del cielo quedó a medio abrir.
Ningún arbol parece triste.
Si todas las piedras descansan en su lugar,
¿no deberíamos irnos de una vez y dejar al suelo y al cielo vivir en paz?
Nunca esos trenes.
Elegí desde donde querés ver pasar los trenes. Humo de vías e historias que, aunque quieras, nunca vivirás.
Anda en silencio, la música del camino te sorprenderá.
Y tal vez mañana cuando llegues a ese destino solo estarás vos, como secretamente pensabas.
O ella, o alguien, esperándote.
Y pensarás en todos los que pasan a tu lado, en todos aquellos pasajeros por un día. Hombres y mujeres que van y vienen, que ven tomar tus trenes.
Que sueñan vagones que nunca dormirán, llenos de historias que nunca vivirán.
Anda en silencio, la música del camino te sorprenderá.
Y tal vez mañana cuando llegues a ese destino solo estarás vos, como secretamente pensabas.
O ella, o alguien, esperándote.
Y pensarás en todos los que pasan a tu lado, en todos aquellos pasajeros por un día. Hombres y mujeres que van y vienen, que ven tomar tus trenes.
Que sueñan vagones que nunca dormirán, llenos de historias que nunca vivirán.
abrelatas de mi memoria I
Hoy me cruce con una esquina sin nombre, una esquina que me estaba esperando. Lo sé.
Lo mejor de mi cayendo por el largo de su pelo lacio. Sus quince años paseando ese caballo alto.
¿Cuantas veces me caí sin pensarlo?
De una historia a otra, de mi tocudez a las patas del caballo, de la plaza San Martín a la morocha monumental de El Palomar, del Marbella Club Hotel al camping Santa Rita. De un chaval sonriente y de pelo lacio a treinta años de fotos después.
Plantando raíces como sueños para al día siguiente tener que enterrarlos en otro lugar, lejos y otra vez. Haciendome extraño a lo que no cambia, extraño para los que nunca cambian alguna vez.
Imaginando sensuales puertos en los que nunca acabaré, sentado en la orilla de esta piedra seca que me queda, girando para no olvidar, entrenando la memoria como músculos de historia.
¿Pero no habrá algo que nunca aprendí a ver? ¿Ese futuro no será siempre nosotros hasta que nos volvamos a ver?
Andamios, reconstrucciones, salvatajes del tiempo canalla. Volver a ese caballo de arena y sal, la playa ancha, la risa franca en la foto de mama. Volver a vos, que en algún lugar estarás.
Volver a mi, llevando el pan de Madrid bajo el brazo, robandome los vueltos, acariciado de cerca por esa vida de bares "cañí".
Esa chica de pelo lacio, la panza de mi madre esperandome, Mar del Plata, los quince años. El caballo del que nunca me caí.
Esa argentina dorada que casi no rozé y ahora aprendo a no olvidar. Tardes blancas de hojas de té, yendo y viniendo de Misiones a London y del viejo imperio a Plaza San Martín again. Y desde diciembre a marzo el mar bravo marplatense y los sandwiches eternos de Monarca.
Esa vieja historia que pasa al lado de ella, de la chica de hoy sin memoria.
Como paso yo: un poco más flaco, un poco más acá, un poco más allá. Auspiciado por un siglo que solo esta esperando que se muera el anterior.
Llamalo tiempo desgastando mi ropa. Pero no mi memoria.
Yo sé. A veces yo sé.
Lo mejor de mi cayendo por el largo de su pelo lacio. Sus quince años paseando ese caballo alto.
¿Cuantas veces me caí sin pensarlo?
De una historia a otra, de mi tocudez a las patas del caballo, de la plaza San Martín a la morocha monumental de El Palomar, del Marbella Club Hotel al camping Santa Rita. De un chaval sonriente y de pelo lacio a treinta años de fotos después.
Plantando raíces como sueños para al día siguiente tener que enterrarlos en otro lugar, lejos y otra vez. Haciendome extraño a lo que no cambia, extraño para los que nunca cambian alguna vez.
Imaginando sensuales puertos en los que nunca acabaré, sentado en la orilla de esta piedra seca que me queda, girando para no olvidar, entrenando la memoria como músculos de historia.
¿Pero no habrá algo que nunca aprendí a ver? ¿Ese futuro no será siempre nosotros hasta que nos volvamos a ver?
Andamios, reconstrucciones, salvatajes del tiempo canalla. Volver a ese caballo de arena y sal, la playa ancha, la risa franca en la foto de mama. Volver a vos, que en algún lugar estarás.
Volver a mi, llevando el pan de Madrid bajo el brazo, robandome los vueltos, acariciado de cerca por esa vida de bares "cañí".
Esa chica de pelo lacio, la panza de mi madre esperandome, Mar del Plata, los quince años. El caballo del que nunca me caí.
Esa argentina dorada que casi no rozé y ahora aprendo a no olvidar. Tardes blancas de hojas de té, yendo y viniendo de Misiones a London y del viejo imperio a Plaza San Martín again. Y desde diciembre a marzo el mar bravo marplatense y los sandwiches eternos de Monarca.
Esa vieja historia que pasa al lado de ella, de la chica de hoy sin memoria.
Como paso yo: un poco más flaco, un poco más acá, un poco más allá. Auspiciado por un siglo que solo esta esperando que se muera el anterior.
Llamalo tiempo desgastando mi ropa. Pero no mi memoria.
Yo sé. A veces yo sé.
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