29.8.11

Recién los ví, parados, en Córdoba y Callao.



Hoy es igual que ayer, que hace un mes o que siempre. Damos vueltas por las mismas calles tratando de entender que pasó desde las suelas de nuestros elegantes abuelos hasta hoy. Los buzones rojos en las esquinas, esperando, también, que alguien venga a rescatarlos. Los carteles vendiendo lo mismo que ayer.

Y entonces, de repente, cruzando Córdoba a la altura de Callao, los veo a los dos. Padre e hijo. Música y letra. Ayer y hoy.
Esperando que alguien se detenga a escucharlos. Esperando que alguien los mire con la misma generosidad que ellos miraron este caos social, antes de darnos, este disco llamado Familia Canción.

Un disco que se lleva y se llevará bien con el tiempo. Un disco que, como ya algunos dicen, acompaña.
Un disco corto pero donde nada sobra. Diez canciones como hermanos llenas de una inmensa generosidad.
Un disco digno, como el pan, que se hace para los demás.

Familia Canción no se piensa, se siente como una suave brisa que nos roza en una piel que no vemos.
Familia Canción serpentea entre la prisa de Corrientes y la tranquilidad de las callecitas suburbanas.
Familia Canción tiene la frescura de un niño y la grandeza de hablarnos con bondad de lo que a veces nos duele.

Fábricas nocturnas, vedettes falopas, camioneros guaranies, historias paradas en las esquinas que tanto supimos caminar.
Corazones esperando que alguien los venga a rescatar.
Este disco es una balsa que no salva pero que nos lleva a un lindo lugar.

Una música que se mece en el lado brillante de Moris y de Antonio.
Y que nos mece.
Familia Canción, agua fresca, cuna y bautizo generacional, mezcla de lo que a pesar de todo somos.
Familia Canción, lágrima dulce, padre e hijo, ayer y hoy, balsesito de cartón musical.

4.8.11

indios y tanos

Un tano varado, un acordeón desubicado, un puerto de buenos aires que nació para empequeñecer a lo que lo rodea, a los demás.
Varias generaciones de ladrillos, de esperanzas, de presidentes, de fugas de helicópteros y de fugas de capital. Y un clima, el pulso de la city porteña, que preserva algo de esa ciudad de la furia. Algo en esa mirada que juzga, que arremete, que nos osculta con el iris al caminar.
Miradores y mirados. Pero todos diferentes. Los que pasan y los que se dedican a mirar a otros pasar.

Todos caminado algo ausentes, defendíendonos tal vez de esa hiriente mirada, de ese chirrido metálico que nos cerca.
Todos tratando de llegar rápido a casa, a un lugar seguro, a un bálsamo de este caos urbano que es hoy nuestra querida buenos aires.

Y en la otra vereda, hijos y nietos de hombres venidos del interior, de provincianos a su vez descendientes de los hoy llamados "pueblos originarios". Encargados de cuidar las propiedades de los que no tienen que luchar por su propiedad, por su tierra.
Sangre oscura de los que tuvieron mucha sangre y poca ley. Fogatas olvidadas por los que alguna vez fueron los reyes de estas tierras olvidadas, de estas pampas dejadas de la mano blanca del Señor.
Cuando esta pampa salvaje no era la ciudad gris de tramites blancos que es hoy.

En la otra vereda, acostados, pibes gorrita de naik y celular. Esperanzas de madres desesperanzadas que ni acarician esto que escribo, pero que tal vez preferirían, en vez de tener la ciudad de fondo, tener un rancho, una vaca muerta al costado, un par de indias para su aseo personal y sexual y esa pampa ancha para ser enteramente libres.