28.9.11

Sucedió en un cumpleaños post 2001

La charla, luego del dulce reparto de la torta, giraba en torno a irse o no a vivir a Europa.

Alguien hizo el clásico chiste: "Si la cosa sigue así, no va a quedar nadie en el país".

Yo me levante, un poco cansado del tema, y me metí en la cocina buscando otra charla y algo para picar.

La madre del cumpleañero, con la veteranía en sus manos, lavaba los platos.

Me apoye en la amplia mesada de mármol y le pregunté al pasar si en su época era lo mismo, si la gente se quería ir.

Ella me respondió: "Sí. Los domingos la gente siempre se quiere ir temprano".

25.9.11

No por internet

Me queda un día libre en Montevideo. Salgo a caminar y sus calles, delicadas como curvas de mujer, parecieran no saber de mi. Tal vez porque solo piensan en ese mar, en esa agua salada que las roza dulcemente en algún rincón de la Ciudad Vieja.
Entro en una panadería cualquiera, en un minuto cualquiera de este "otro día mas". Aca el mundo parece girar con la rutina de un viejo mundo, con la cadencia de un antiguo reloj. Sencillo, algo anticuado tal vez, pero noble.
La tienda brilla como si recién le hubiesen pasado cera. Esta pulcritud me asombra y me recuerda a otro momento de mi vida. Claro!..España.
Una chica joven, con acento local, me atiende. Yo pido un "olímpico" mientras miro hacia el fondo. Y ahí están, los "gashegos", llevando más de cincuenta años en sus espaldas y en este rincón del planeta. ¿Hace cuanto que no los ves por Buenos Aires?
La chica me envuelve el sandwich mientras yo me agarro una bebida de las heladeras expuestas del lado de los clientes. Saco unos billetes amarronados donde todos los próceres descansan muy serios, pero a mi, por la falta de uso, me parecen los del Monopoly.
Cuando voy a pagar ya esta la gallega, en la caja, presta a darme el cambio.
La chica es la que me entrega el pedido y yo quiero que este dulce momento se alargue como un chicle, como un ovillo de lana, como un suave punto cayendo hacia la linea del mar.
Pero esta vitualla es una ínfima parte del stock de la panadería, como nosotros somos una ínfima parte de esto que llamamos vida.
"Usted quiere un bombillo" -me dice ella. Y esta pregunta, que entiendo a medias -bombillo es sorbete en uruguayo-, la saboreo como un sediento naufrago en el desierto.
Mientras busco la respuesta, le quiero decir que en mi juego, esta es la única y última frase que saldrá de su boca. Que no la conozco, que no tengo una atracción física hacia ella, pero...pero mejor me cayo, digo "no, gracias" y me voy.
El hecho que seguramente -escribo esto desde buenos aires, recurriendo a mi memoria, pero no me pidan nombres de calles, altura, etc- no vuelva a pisar esa panadería, no vuelva a disfrutar en silencio de esos gallegos, de su pulcritud, de como entraba la luz por la vidriera y, sobre todo, el hecho que yo era consciente en ese momento de esto que hoy escribo, le confirieron a esos instantes, a esas pequeñas palabras, a ese brillante papel donde venia envuelto el sandwich, un valor incalculable.
Tal vez para ellos yo fuí solo una excusa, un cliente, un suave punto cayendo en la linea de ese "otro día mas". Pero también fui su motivo, su quehacer. Ellos estaban allí y hoy  -ahora tal vez!- sigan estando allí, para atenderte a vos, a ti y a mi.
Se me agrandan las manos al escribir sobre ellos y se me achican al pensar en esa vana ilusión, en esa agridulce apariencia de estar en todas partes renunciando a estar en alguna.



9.9.11

La palabra

La palabra es la llave, el martillo y la condena.

La palabra nos quema o nos refresca como la más suave de las cremas.

Con ella intentamos abarcarlo todo, buscando entender los aparentes y últimos motivos de los primeros y últimos hombres.

Vamos leves como barcos pero el mar es más de acentos que de olas y los remos que nos mueven estan hechos más de sueños que de otra cosa.

Somos cuerpos, vasijas de músculos, tendones y huesos, pero ella, la palabra, es lo que permanece, lo que nos nombra, lo que nos salva o no del olvido.

Una frase puede salvar o hacer estallar una guerra. Por eso, la palabra, puede pesar más que mil ejercitos, más que mil tanques. Y eso que aparenta ser leve, casi indefensa, apenas detenida en el borde de la hoja.

Así que nuevo siglo, gran pantalla, vieja guerra, ¿quien te guía, quien te llora, quien te eleva?