22.7.12

Siempre se le dijo la FM Tango

"La 2x4 es un túnel del tiempo" - me decía hoy una amiga, que aunque no es una fiel oyente como yo, conoce la radio.
En mi caso, si estoy en casa y son las doce del mediodía, las seis de la tarde o las ocho de la noche, lo más normal es que la radio este encendida. Bajita, como tiene que estar.

"Si. Es verdad -le respondí a mi amiga- Es un túnel muy largo, que llega hasta la década del cuarenta. Yo a veces la escucho más por los conductores que por los tangos en sí"  Entre paréntesis, suelen pasar casi siempre los mismos.
Ahora, por ejemplo, escucho un programa dedicado a Discepolín. ¿Porque el gusto por esta radio?
Ademas de ser la radio que escuchaba mi querida abuela Meme, sus conductores y sus oyentes promedian las seis o siete décadas, edad que coincide algunos días con la de mi alma.
Nadie diría que sesenta, setenta años, es la flor de la vida, pero en algunos arboles, después de las flores llegan los frutos.
Esta radio parece clavada en las mejores décadas del tango y sus oyentes también. Aunque también hay programas dedicados a la sangre joven del tango. Tal vez, por eso, su espíritu cándido y vital a la vez.
Creo que fue en los Estados Unidos donde hicieron el siguiente experimento: En primera instancia, reconstruyeron unas cabañas de montaña, modificando su mobiliario, su decoración.
Entrar en esas cabañas era entrar en un túnel del tiempo.
Después invitaron a un grupo de hombres de la tercera edad que habían sido compañeros de estudios y que habían pasado un verano - cuando el fin de la segunda guerra todavía estaba tibio- en unas cabañas muy similares.
Después de un par de semanas de convivencia y recuerdos, les hicieron chequeos médicos a los "viejitos" y todos habían mejorado su salud notablemente.
Esto es la FM Tango, una radio que rejuvenece con su olor a madera, con su espíritu de fuelle, con el sabor de las cosas de antes.
Una radio que da vida a los que más la vivieron, una audición que cuelga las venticuatro horas del dial, como un suero musical.

Ni tan bucólicos ni tan eternos.

Un transparente editor me pide que haga una analogía entre Madrid y Buenos Aires. A través de un inexistente mail le respondo que se me ocurren mas diferencias que otra cosa. Y así nace esto que sigue:
Madrid esta representada por un animal y un árbol, el Oso y el Madroño, tan suyos y tan cercanos a la vez, que podrían ser escritos en minúsculas, junto al pueblo de esa villa, la afamada Villa de Madrid.

Buenos Aires, que nadie duda que si fuese sería una mujer, esta representada por el Obelisco: fálico, mayúsculo, solitario, abstracto e inalcanzable. Por lo tanto, un ícono contradictorio, como la ciudad y su pueblo.

Madrid: La estatua que representa el escudo de esta ciudad, el Oso y el Madroño, esta situada en la popular y mundana Puerta del Sol. Ninguna valla lo protege, su altura es tal que cualquiera puede tomarse una foto abrazado a la misma y aparecer, casi, junto al simpático oso y su tierno arbolito.

Buenos Aires: El Obelisco esta vallado hace ya no sabemos cuanto tiempo. Su blanco color y las oscuras intenciones de los muchachos del grafitti no hacían buenas migas.
Para el recuerdo del alegre turista, sacarse una foto con la inhiesta pirámide, resulta un desafío y otra contradicción. ¿Porque? Para tenerlo cerca, para mostrarse junto a él, el fotógrafo tiene que alejarse decenas de metros, hasta el punto que la cámara pueda tomar a ambos: al pequeño turista -pequeño en la foto- y al elevado símbolo porteño.

Deberíamos aclarar, por otro lado -para no dar los palos siempre en el mismo lado del costal-, que ya hace mucho tiempo que no hay osos ni madroños en la globalizada ciudad de Madrid y que, como toda ciudad del siglo XXI, su esencia esta en permanente cambio, mal que les pese a algunos.
Sobre todo a aquellos castizos de pura cepa, dueños de algunos bares, que al entrar te siguen gritando el clásico: "...que-va-a-ser?!!", como bienvenida. Traducido a algo más humanamente comprensible sería: ¿Que desea tomar...que va a pedir?
Para algunos, como para este porteño que escribe, más que con un mozo, era enfrentarse con un boxeador, que nada tiene que ver con la eterna y bucólica imagen del osito.

En cambio, el perenne icono porteño pareciera bailar un acompasado tango entre el significante y su significado, en este caso, el pueblo de Buenos Aires. Miles de sobrecitos de azucar endulzan eternamente la imágen del Obelisco, junto a la sonrisa de Gardel, la otra representación cabal del porteño.
Gardel y el Obelisco,...tal para cual, no?

No es para que se enojen, muchachos, pero nunca se conocieron: el Morocho murió antes de que levantaran la egipcia pirámide .
Hasta en eso somos y seremos porteños: Contradictorios, elevados y aparentemente eternos.

Abrazar el cajón en vez de abrazar al vivo (Las ventajas de la amistad post mortem)

La noticia o el suelto, en algún diario matutino, que anuncia la muerte de algún personaje público suele estar acompañada de una lista de nombres que adhieren al trágico suceso. 


Amigos y conocidos del mismo, del "que se fue de gira", que uno imagina compungidos, tristes y hasta con algún lagrimón piantado.


Luego vendrá el velorio, el entierro, el pésame de los íntimos y toda esa parafernalia post mortem que el finado en cuestión no puede agradecer ni disfrutar. 
"Gracias por venir, él estaría contento de verte", suele repetir la viuda tras el negro velo.

Pero yo me pregunto por la validez de algunas de esas amistades. No se si les sucederá pero a mi me pasa que muchas de mis amistades, finalmente, tenían fecha de vencimiento.
Y sin duda, la vida es larga. Lo lógico es que los dedos de la mano empiecen a sobrar para contar a los verdaderos amigos.

"¿Hace cuanto que no pasabamos a saludarlo?" -se preguntará en silencio, con la mirada hacia el pasto bien cortado del cementerio, el más sincero de ellos. 
Para algunos, puede ser más fácil, acercarse, llorar la perdida y a escondidas, la carta. 
En definitiva, como reza el título, abrazar el cajón en vez de abrazar al vivo. 


Las ventajas, de esta amistad post mortem, pueden ser varias, además de la mencionada. 


Nadie lleva la cuenta de una sincera amistad, de los llamados "para ver como andabas" un domingo a la tarde, de cuantos años pasaron de esa entrañable "cena entre amigos".


Después vendrán, en ese instante de verdadera tristeza para algunos, las clásicas lamentaciones de los que deambulan por las cuartas y quintas filas del entierro. Frases susurradas, coro agridulce y  uniforme de los vivos: "que ganas de darte un abrazo, varón...el último abrazo, amigo...que ganas de decirte cuanto te quería, de tomarnos algo en aquel bar".


Pienso que si el finado, el llorado finado, podría levantar una vez más la cabeza, les diría a algunos de esos supuestos amigos, sobre todo a aquellos que aparecen repetidamente en las listas póstumas de los diarios: ¿Chicos, todo bien, pero...¿porque no me vinieron a ver antes?"

14.7.12

Nada del otro mundo

Para el que la tiene más o menos resuelta, la vida debería ser un placer.
Solo tendría que levantarse y vivir: por ejemplo, caminar hasta el barrio que elija y sentarse en el bar que su intuición le sugiera.
Esta persona no tendría que pensar la vida, ni lucharla, ni entenderla, ni escribirla y sobre todo, no debería temerla.
Sus encuentros y desencuentros con el otro no deberían ser pensandos, ni buscados, ya que esta persona no tendría una gran necesidad del otro.
Lo mismo sucedería con lo material, ya que esta persona, no le daría demasiada importancia a tener la ropa planchada o las ventanas impolutas.
Miraría la vida solo como una idea. Su placer y hasta su misma existencia sería eso: una simple idea.
Una buena idea que no la finalizaría la muerte. Este hombre o esta mujer, sería consciente de su llegada, mucho antes que el hombre de la guadaña viniera a sumarlo a sus filas.
Cuando este hombre o esta mujer, caminasen tranquilos por ese barrio desconocido, ya estarían sabiendo de su muerte. De la muerte como fín. El fín de ese barrio, de esa caminata, de esa historia.
Serían tan conscientes, que esa idea, la muerte, sería parte de la vida.
Y la vida, una idea.
Así, la llegada del hombre de negro, encapuchado y con guadaña, no sería ninguna novedad.
-"Hola Muerte, llevo toda la vida esperandote. Pensé que no te tardarías tanto en llegar".
-"¿Como la pasaste? ¿Que tal estuvo, esto que le dicen La Vida? - le preguntaría la enflaquecida Muerte.
-"Estuvo bien...Nada del otro mundo. ¿Y ahora, puedo preguntar a donde?
-"Pff...todo bien. Nada del otro mundo."