Silbatos y esperanzasNos levantamos el sábado temprano
con el dato que había un tren desde Open Door hasta Retiro. A mi, cuando
escuché la palabra "tren", me vinieron imágenes de vagones rotos,
ventanas imposibles de abrir, cansados vendedores ambulantes...la patina
de la desidia en todo.
Pero eramos varios en la aventura, Javier,
Barbara, Jose Manuel -y su perro- y yo, y en el grupo se respiraba
cierto optimismo esperanzador. Llegamos a Open Door y Jose Manuel dijo:
Hay una persona en el anden. ¿Auspiciante? Dejamos el auto y al bajar
una señora nos saludo como si nos conociéramos y nos dijo que el próximo
tren pasaba a las 9:44.
El dato que teníamos era otro pero al menos ya sabíamos que el tren salia.
Nos
acercamos a la ventanilla y, albricias!, no estaba con el cartel de
cerrado. Le pedimos uno hasta Retiro y el valor, con la SUBE, era de
cuatro, si!, cuatro pesos. Un regalo! Y justo para el dia de mi
cumpleaños.
Javier le pidio a la mujer de la ventanilla un impreso
con los horarios. No había. Tal vez era mucho pedir. Pero había una
planilla con los horarios en la estación y Barbara, con su celu siempre a
mano, se dedico a hacerle fotos.
Javier se acerco a charlar con dos
operarios que estaban apostados en una baranda de la estación. Este
gesto, de convertir al otro en un semejante y que así deje de ser un
extraño, me pareció muy "González Fraga". Se lo he visto hacer a mi
madre, mi abuela lo hacia con las cajeras del supermercado La Gran
Provisión, se lo he visto hacer infinidad de veces a Hernán con
porteros, mozos, etc y hasta yo mismo he practicado el sano hábito de la
comunicación urbana.
Por uno de los operarios nos enteramos de algunos detalles del tren, de nuestro querido tren que ya empezabamos a querer.
Los minutos pasaban y nuestro optimismo crecía junto a las sonrisas y los comentarios jocosos, sobre todo de Jose Manuel.
Javier
se acercó a un hombre de camisa blanca y corbata y le pregunto si era
el encargado. El hombre, de mediana edad y con algunas respetables
canas, respondió con un leve movimiento de cabeza. Javier arrancó la
charla y el tren de la comunicación se puso en marcha. Ahí nos enteramos
de mas detalles ferroviarios. Al parecer el servicio del tren estuvo
mas de treinta años parado. Pero ahora volvía a ponerse en marcha. A
Javier le brotaba por los poros y por sus palabras la esperanza de un
futuro mejor, de un país mejor.
Ahora que escribo desde el tren en
marcha siento que las vías son como las arterias del pais y los
pasajeros la sangre que va llenando de vida los parajes y pueblos de
esta golpeada patria.
Finalmente fue Jose Manuel quien vio titilar la
luz a lo lejos que anunciaba la llegada del tren. Era un tren soñado,
de un azul brillante y nos metimos a curiosear en uno de los vagones.
Barbara, con su expresividad habitual, exclamo:
This is the first world! Y la verdad que parecía. Asientos cómodos, espacio para discapacitados y una limpieza que olía a nuevo.
El momento de la partida llegaba y nos hacíamos con emoción las últimas fotos a la espera del ansiado silbato.
Salíamos! Me senté en el vagón vacio y salude por última vez a mis queridos tíos.
Y
mis ojos se llenaron de dulces bañados, de caballos pastando, de verde
soja, de arboles añejos...un pais ancho y generoso que no miramos
atrapados en la gran ciudad.
Y el tren se fue llenando de familias humildes, pasajeros que al fin eran dignificados con un transporte limpio y moderno.
Y
florecían los vendedores ambulantes, orondos, con esos precios que te
hacen pensar como llegarán a fin de mes, y el hombre del acordeón que le
dió un toque federal al vagón ya casi lleno.
Las estaciones se
sucedían y el campo iba dando lugar a las casas bajas, a las calles
asfaltadas, del gris y verde conurbano bonaerense.
El Palomar, Santos
Lugares, Sáenz Peña, miles de historias conectadas por las vias del
tren. La sangre argentina, rubia y morena, joven y paciente, fluyendo
nuevamente.
Retiro y un treinta y uno de Enero que no olvidaré.