21.1.10

cuento de navidad (primera parte)

Esta historia comienza en una típica tienda de cigarros y revistas de Brooklyn, Nueva York. (ver la película "Smokes" de Wayne Wang). Un día, Harvey, su dueño, advierte como un chico joven (odio eso de..."de color") se esta robando una revista de los exhibidores giratorios (divinos!). Hey!..you! -le grita, mientras el chico huye como un demonio. Harvey lo persigue pero el chico corre demasiado rápido y con veinte años menos. Harvey se detiene exhausto, resoplando, con las manos en las rodillas. Justo enfrente suyo descansa, perdida, la billetera del pequeño ladrón. Harvey la agarra y vuelve a la tienda. Pasan los meses y a Harvey, cada tanto, se le pasa por la cabeza la idea de devolver la billetera al dueño. Cada tanto la abre para ver esa tierna foto del chico con un globo, a los cinco años y en blanco y negro, con cara de haber pasado una infancia como mínimo pobre. ¿De que vale hacerse mala sangre por una revista que se lee en veinte minutos y se olvida en cinco? En alguna parte de su ser, Harvey piensa que debe devolver esa humilde billetera. Y pasa el tiempo y llega el día de Navidad. Por circunstancias personales, ese año Harvey no tiene parientes ni amigos cerca para reunirse a festejar. Entonces, decide, ese mismo día, devolver la billetera. Aunque la fecha es un tanto especial, Harvey no lo piensa dos veces y se dirige a la dirección que figura en la billetera. Tiene que alejarse mucho del centro, tomar un subte y después un bus para llegar a los suburbios. Empieza a caer la noche y las calles están casi desiertas, pero Harvey esta decido a cumplir su promesa. La dirección corresponde a un edificio de monoblocks. Unas escaleras mal iluminadas lo llevan al piso indicado. Toca la puerta. Espera un largo minuto. Al parecer no hay nadie. Tampoco se escuchan voces. Vuelve a tocar y cuando ya esta a punto de irse se escucha el ruido sordo de unos pasos que se acercan. Muy despacio la puerta se abre...

cuento de navidad (segunda y última parte)

...Una mujer muy mayor se asoma con una mueca que intenta ser sonrisa diciendo: "Hola Johnattan...! viniste a verme..." Es la abuela ciega del pequeño ladrón que, ingenuamente, piensa que su querido nieto ha venido a visitarla por Navidad. En ese segundo decisivo, Harvey opta por seguirle el juego. Los desconocidos se abrazan fraternalmente pero la abuela, que es ciega pero no tonta, se da cuenta de que ese hombre no es ni nunca podrá llegar a ser su nieto. La cara de la mujer se hace más patética aún, con la sonrisa en su boca y la tristeza en sus ojos. Acompañada de esa leve resignación lo hace pasar. Son dos solos en busca de alguna compañía. Harvey se da cuenta de que la casa esta llena de trastos, de objetos del pasado pero que no hay ni un atisbo de comida. Le propone a su nueva abuela ir a comprar algo para comer. Vuelve con pavo, ensalada varias, pan, postre, un vino y una botella de champán para el brindis navideño. La viejita saca su mejor mantel y juntos arman la mesa. Ella le pregunta por su vida y Harvey, en su papel de buen nieto, le cuenta de la universidad donde esta tan contento, de la noviecita que tiene...La viejita escucha todo con la cabeza ligeramente ladeada hacia él, asintiendo con su mueca-sonrisa, sabiendo que todo lo que escucha esta muy lejos de ser verdad. Pero que es el único menú navideño que tienen para esa noche. El tinteneo de platos y vasos relaja la charla y si alguien los viera de afuera, podría pensar en una típica postal navideña. Claro, que en blanco y negro. Luego de la cena, Harvey pide permiso para dirigirse al baño. El vino que tenia guardado la abuela ya esta casi por terminarse. Es la primera vez que Harvey queda solo en el departamento. Mientras se lava las manos, su vista lo lleva a una montaña de pequeñas cajas que se apilan junto al lavatorio. Al agacharse ligeramente Harvey distingue que son cámaras de fotos. Unas diez cámaras en sus cajas, nuevas... Harvey intuye de donde vienen esas cámaras y decide tomar una. Casi sin pensarlo. Vuelve a salir al living y ya la abuelita duerme la mona del pavo y del vino. Harvey deja con cuidado la billetera y se va. Hasta acá el fin de la historia. Pero este cuento tiene una posdata. Harvey volvió meses después a los suburbios para ver si seguía la cariñosa abuela que de tan peculiar forma había conocido. Toco la puerta, y le abrió un hombre joven. De fondo se veía a una mujer acunando a un bebe. El hombre parecía no conocer a ninguna mujer de esas características. Era imposible que esa mujer, que estaba mas cerca de los noventa años que de los ochenta y que parecía muy sola, se hubiese mudado. Seguramente la abuela habría muerto.Pero su última Navidad la había pasado en compañía de él, de su querido nieto(1).

(1) Pequeña historia del cuento de navidad de Auggie Wren.
El relato nació a partir de un pedido del New York Times para la navidad de 1990. Como a Paul Auster no se le ocurría nada le consulto a Wren, su vendedor de cigarritos del barrio de Brooklyn. Wren le contó entonces el cuento y apenas se edito en el diario, el director de cine Wayne Wang lo llamó a Paul Auster para proponerle la inclusión del cuento -de un modo caprichoso y tangencial- en un película. El resultado fue "Smokes".

Esta mañana

Escribir como abrir una ventana de la memoria.
Desde la mía, una pareja color café con leche pasa  por la blanca esquina de un nuevo edificio sin historia. ¿Antes que había? ¿Antes quien era yo?¿Si tuviéramos un deseo, que pediríamos, recorrer el espacio o adentrarnos en el tiempo?
Imagino un dios para cada una de esas dos coordenadas. El que conoce cada rincón, cada cajón y casa pensamiento oscuro, cada leve suspiro de este presente universal. Y otro dios, el que no olvida, el que recuerda todo lo que ya paso. Cada esquina demolida, cada amor olvidado, cada niño que fuimos, cada ola que nos barrenó.
Este ultimo dios rescata todo lo que el otro desecha. Con él querría charlar.
Un super abuelo con ojos que brillan y mente de plastilina. Mi madre me cuenta de una escritora brasileña que cada sábado escribía un cuento para poder vivir. Me cuenta de esta mujer que elegía algo pequeño, un detalle, y lo hacia grande. Veo caer la lluvia y pienso que es un buen ejemplo. ¿Que es la lluvia sino un cumulo de detalles, miles, millones de gotas cayendo a la vez? Porque las hay finas, gordas, frías, las hay que caen perpendiculares al suelo, las que se rebelan antes de caer a morir...
Hoy es sábado. El dios del espacio andará chamuyando por alguna esquina o en la cola de la panadería. El dios del tiempo estará sumergido en sus libros, viendo la lluvia caer, ordenando sus estampillas por enésima vez.
Yo trato de ordenar mis ideas, de atrapar una al vuelo y encontrar ese objeto abandonado en la arena de la lejana memoria. Ahí esta! La lluvia y un bocinazo me remiten a días laborales, a edificios y a oficinas. Entonces, las gotas se transforman en papelitos que caen de miles de ventanas anónimas del microcentro.
Es el ultimo día hábil del año: el día de los papelitos. Mi abuela, que vivía frente a la plaza San Martín, me llevaba caminando hasta el Bajo a verlos caer.
Los oficinistas recortan todo el papelerio del año, todos los tramites que ya vencieron, todas las hojas llenas de números que el tiempo ya aburrió. Y los lanzan al vuelo. Uno, transeúnte del suelo, alza la vista, ve salir esa imágen de camisa recortada e imagina la felicidad de su dueño.
Esa lluvia liberadora, esa catarsis...¿made in lanús?, ese ritual que no se desde cuando se realiza y si sucede en otras partes del mundo(1). Pero si en Valencia queman muñecos gigantes y cabezudos, si en China usan el estruendo de la pólvora para los finales y los comienzos, me gusta imaginar que en buenos aires tenemos nuestra propia lluvia, la lluvia de los papelitos.
Unas semanas atrás mi hermano me llamo emocionado: "Estoy viendo caer los papelitos...! No sabes lo que es esto...!" Quizás para él, tanto como para mi, este ritual era algo mas bien del pasado, algo que guardaría el dios que ya sabemos. Pero no. Ahí estaban los dos, espacio y tiempo, presente y memoria, meciéndose en esa blanca lluvia de serpentinas caída del cielo.
(1) Mi amiga Alejandra, desde Uruguay, me cuenta que en el microcentro montevideano también llueven los papelitos. Ya somos dos.

¿Sabías que bondi viene de albondiga?

Le cuento a mi madre que estoy con ganas de escribir pequeñas historias, esbozos de la memoria porteña. Por ejemplo, cuando los bondis tenían esa panza adelante, esa albondiga redonda y orgullosamente fileteada. Epocas pasadas, cuando el chofer era un pulpo de siete brazos, de siete manos para manejar.
Un fangio cansado que pasaba los cambios, cortaba boleto, indicaba a las viejas o casi donde se tenian que bajar, giraba la palanca que abria la puerta de atras y además, daba el vuelto.
Entonces, mi querida madre me hizo recordar un detalle que yo no y da pie a esta historia.
Para lo ultimo, dar el vuelto, el sufrido chofer se ayudaba con la maquina de las monedas, un triste organito de metal que en vez de notas emitía monedas.
Pero sucedía que uno subía al bondi con un billete de 5 Australes y timidamente, con algo parecido al miedo, se lo daba al chofer. Este, al vuelo, voceaba el clásico: "Quedate cerca pibe, que ahora no tengo para darte el vuelto".
Y ahora viene el detalle que mi madre me hizo recordar gesticulando con sus manos. El chofer, convertido en un gitano del asfalto, doblaba el billete al medio y a lo largo, y lo convertia en un cubanito delgado, en una entidad sospechosa en medio de sus dedos. Truco tal vez aprendido de la calle, de los vendedores de helados o de maní.
El billete pasaba así a ser parte de esas varitas mágicas, de esos salvoconductos de 10 -para el dedo mayor-, de 5 -para el anular- y así sucesivamente, australes.
Perfumaba el aire la última primavera de la nueva democracia argentina y nosotros, recién regresados de tierras secas, nos sorprendíamos con esa exuberancia porteña. Mi madre me hablaba de las horas pico, por el Bajo, donde arriesgados oficinistas se colgaban del estribo, unas manos aferradas como ganchos y las caderas apretando al de adelante para llegar a cierta posición vertical. "Listo?!" -gritaba el chofer. "Si, dale..."
Y arrancaba el bondi una entrañable y nostálgica nube gris.
Pero nuestro billete -el mio en este caso- ya era indistinguible entre el racimo surrealista de los otros. La cuestión, entonces, era tratar de mantenerse cerca del chofer para recibir el preciado cambio. Esto podía suceder en alguno de los escasos descansos. Por ejemplo, en algún semáforo "largo".
Había que quedarse cerca, murmurarle algo al hombre de fangio, tener la suerte que el chofer cabeceara y nos viera atrás, al acecho, transpirando nuestra expectativa cambiaria.
Lo ideal era situarse justo atrás del asiento. En esa época no había división entre el chofer y el pasaje. Era todo uno. En verano casi se podía sentir la camisa celeste pegada a la piel y al asiento de infinitas tiras plásticas. Este mítico objeto que merece un punto y aparte.
Si uno lo analizaba fríamente, podía ser el asiento mas estrambótico del mundo: todo hecho de finas y duras tiras de plástico. Pero estaba entramado de tal forma, por alguna máquina mágica, que conformaba para nosotros, los pasajeros, el lugar mas cómodo del mundo.
¿Quien no sonó con sentarse por un rato nomas en ese asiento etéreo, suspendido plasticamente a mas de dos metros del asfalto porteño, con el volante nacarado y la bola de cabarute para pasar los cambios a nuestra disposición?
Pero no. Deambulabamos por atrás, perdiéndonos tristemente entre el pasaje que no dejaba de subir y de empujar. "Corriendosehaciaelfondooo...alfondohaylugaaar"-voceaba el chofer eternamente sentado. Imposible a esta altura tratar de "comunicarnos" con él, de hacerle recordar nuestro caso.¿Como el trafico volcánico de buenos aires, el bondi, sus pasajeros, los acelerados semáforos, se iban a detener por nosotros, por nuestra nimia inquietud?
Pero una de cal y una de arena. En eso nos tocaba un milagro. Un asiento vacio que nos permitía a los lungos de 1,89mt como yo volver a la posición normal cuello-cabeza. O nos quedabamos embobados por la morocha bajita y de altas curvas. "Uy...la parada.."-pensábamos de repente para nuestros adentros. "Permiso..perdon...¿baja en la próxima?- preguntábamos caballerosamente en una posición por lo menos ridicula-...momentito...shofeeer! -la vieja bienuda que también buscaba bajarse-...la parada!
Y así, como una serpiente entre un mar de piernas, nos deslizábamos hasta el único timbre de la única puerta del fondo. Con suerte y apretando varias veces el gastado timbre, el chofer nos devolvía de un salto al crudo asfalto y a la sensación de que algo nos faltaba.
Mi frágil memoria cercana y yo sabíamos que el vuelto se había perdido para siempre.

20.1.10

Río Marrón.

Mi espíritu se alza con la mirada puesta en el horizonte del río marrón.
Sabe que atrás será sal, azul y océano.
Pero mis piernas, mis piernas navegan en el tibio lodazal, entre la serpenteante basura que orilla la costa.

Cuerpo y espíritu. Río y mar. Ruido, barullo de manchas, monedas ajadas, frenadas y ahora.
Cotidianeidad que se expresa a cada segundo. Materia que será, algún día, bendita soledad.