Amanecer tarde, pasados los treinta, las agujas girando en torno a entuertos no resueltos tal vez. Teléfonos tristes que no suenan porque no se alcanza a desentumecer la tela de araña, a descolgar el tubo y decirte simplemente: ¿que haces...?
Porque algo pesa, algo tira, sogas elásticas mal sujetas que un día se desprenden y lanzan al sujeto veinte años antes y a la casa materna, viente años después.
Un nido desplumado, atemplado, que ya no guarda ni el tintineo de lo que ese niño podría llegar a ser.
El resorte suelto del botón del baño que era más pequeño de lo que crees. Un mecanismo que desaparece, que se desliza incomodo por las entrañas húmedas de la pared del inodoro. Y una mano ya grande que busca desesperadamente esconder la verdad o no se si entenderla o al menos tirar de la cadena y aparecer en una isla con los ojos de la primera vez.
Pero un día que no es otro cualquiera, un primo lejano que toca la puerta, estómagos llenos y fundas vacías, monedas que giran, Florida y tal vez.
Y así pasan algunas tardes antes de cambiar de esquina, de sueño y de excusa a las seis y diez. Y una vieja baldosa donde se para una Smith peruana, argentina y francesa. Y los acordes que se embellecen y las miradas que se cruzan por primera vez. Y una pollera que se estira mas para agacharse, charlar con las fundas, las guitarras y el mail. Y el de la de ojos azabache, porotos de marilyn, brillo siciliano y acento francés.
Y llega el sábado esperado, y justo mama quedó con la amiga de siempre y los potes de crema con el pico endurecido y las cartas de toda una vida sin responder.
Y el hijo que se va sin irse y la noche que aclara y las promesas pintadas en la remera de Miles elegida por enésima vez.
Y ya son las once, y nuestra marilyn barraquera apila cajones de cerveza y esperanzas también.
Y llegan los vasos, y las voces, y los besos, y los acordes tibios y las caras criollas esculpidas desde la taimada niñez.
Y la noche esconde los detalles gastados, las figuras que no encajan, sota, seca y corpiño; aro, falso ancho y Luca not dead. Y años de crisis que no cambian cierta, en el fondo, candidez.
Pero la Stella arremete, alguna poética que queda perturba la realidad de los presentes y el sexo atrás de las polleras. Y la terraza con velitas se convierte en dulce gallinero, alambre y tejido social, la cresta del gallo que nadie se quiere poner.
Ahí me fui y el sol que amanece.
E imagino a los comensales que quedan, a los que trajo el azar sin decirnos de donde y porque. Y a nuestra marilyn de parpados cansados, hoy dueña de la barraca, mañana espectadora del cotarro, como cada uno de los que a la vida nos vinimos a nacer.
Y cierta culpa que no se resuelve y los brazos del morocho elegido y dormir solo con él.
Y algún hueco de conciencia que dice: vamonos chicos, que el sol ya esta en lo alto y el maquillaje se fue.
Y este cuento que termina cuando todo vuelva a empezar again.
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1 comentario:
amanecer tarde, pasados los 30 ...
que buen relato
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