1.3.10

el 60

(Se abre el telón en blanco y negro y una voz engalanada de locutor años cuarenta anuncia.) Rrrrrr...! Sale traqueteando, medio ladeado pero tan porteño...el sesentaaa...!

(Cincuenta años después...) En la espalda de sus asientos se descubren dedicatorias, puteadas a clubes y rimas al mejor estilo baño.
Un cartel anuncia: Los pasajeros de este micro están parcialmente subvencionados(¿?) por el estado nacional. Ah, si? Me miro y no siento nada.
Funcionan 3 de los 8 plafones de "la unidad", dándole a la misma un interesante velo crepuscular.
Los caños pelados -sin sujetamanos ni nada que se le parezca- mantienen esa suave película viscosa de cientos de manos que pasaron -antes? años a?- por ahí.
Las manos presentes parecen deslizarse mas que agarrarse. Y como hoy no esta, me lo imagino al vendedor ambulante.
Arrastrando la media elástica desde el primer asiento hasta casi el de cinco lugares, al fondo. Creatividad porteña para vender un par de medias. U otro repartiendo los humildes paquetitos de hilo, aguja y dedal.
O aquel manchando una manga falsa con la grasa del colectivo para después hacerla desaparecer con el quitamanchas marca "quitamanchas" (mi madre todavía los compra...pero donde?!!).
Muchas ventanas ya no las abre ni Magoya, ni Martin Karadagian. Algunas si abren, pero la resignación del pasaje las deja como están.
La única pena -lo que le da al 60 un toque de insoportable actualidad-es que acá también los pasajeros no paran, tampoco, de hablar por celular.
"Paradaaa..." 

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