¿Como puede ser que ocho horas (¿porque ocho y no siete...o cuatro......o...?) de laburo, otras tantas de sueño, la mitad de estudio, un par de horas de viajes, y demás etceteras impidan que
dos personas, un día cualquiera
se tomen un tren...un bondi (¿hoy en día sería tomarse un atrevimiento...?)
para viajar a conocer un barrio desconocido
en su ciudad cualquiera (que sea)?
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18.3.12
No seamos insectos
Un ser humano debería ser capaz de cambiar un pañal,
planear una invasión,
carnear un cerdo,
navegar un barco,
diseñar un edificio,
escribir un soneto,
hacer el balance de una cuenta,
construir una pared,
acomodar un hueso,
confortar a un moribundo,
aceptar ordenes,
dar ordenes,
cooperar,
actuar solo,
resolver ecuaciones,
analizar un nuevo problema,
palear estiercol,
programar una computadora,
cocinar un plato delicioso,
pelear con eficiencia,
morir con gallardia.
La especilización es para los insectos.
Robert Heinlein
Rebotando por el chat (2007)
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19/04/07
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joseb@hotmail.com dice:
hola agu, jueves d primavera, levantado hace unas horas luego de un rodaje genial en el puente de metal atras de Constitucion hasta el amanecer
joseb@hotmail.com dice:
q tal vos?
joseb@hotmail.com dice:
en la office? queres dar un paseo? voy a contramano...lo se...recien empieza mi dia libre
AgustinA dice:
hoy no puedo, tengo yoga y comida con amigas...

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Secretos del tabaco
Al parecer fue un tal Raleigh el que introdujo el tabaco en la corte de la Reina Isabel I
Un dia Raleigh estaba fumando junto a "Isabelita" que al parecer era amante del tabaco ( y de los amantes también).
Mientras soplaban gustosamente el humo del cigarro, Raleigh le dijo a la Reina: Majestad, le querría hacer una apuesta...La Reina acepto con una leve inclinación de su real cabeza. Raleigh le dijo: Le apuesto a que soy capaz de pesar el humo de un cigarro.
La Reina lo miro, midiendolo con la mirada y le dijo: Esta bien. Acepto la apuesta.
Entonces Raleigh, que era un hombre sagaz e inteligente, agarro una balanza y peso un cigarro. Luego se lo empezo a fumar tranquilamente, teniendo cuidado de dejar caer las cenizas en la balanza. Una vez que termino de fumar su cigarro, dejo la colilla en el mismo plato de la balanza, junto a las cenizas. Entonces se fijo cuanto pesaba, tomo esa cifra y la resto del peso inicial que tenia el cigarro antes de ser encendido.
Entonces le dijo a la Reina: He restado al peso del cigarro, el peso de las cenizas y la colilla. Esta cifra resultante, -cifra que difería ligeramente de la primera-, es lo que pesa el humo.
La Reina Isabel quedó por unos instantes muda, sin saber que decir. Pero no sabemos cual fue el premio de ganar dicha apuesta.
El Rey lloró
Este viejo cuento siempre lo relacione con una canción de Los Gatos, El Rey lloro...dice algo asi como: el humilde hombre, le dijo no puedo, no puedo yo enseñarte a viviiir feliz, tu coon tus mujeres, lujos y placeres, jamas podras ya vivir feliiiz..
El cuento habla de un rey de un antiguo reino que poseía todas las posesiones que se pueden poseer. Sus manjares eran traídos de los rincones mas alejados de la comarca, gozaba del amor de las doncellas mas jóvenes y hermosas y practicaba los deportes mas lujosos.
Pero un día escucho hablar de la felicidad. Alguien pronuncio esa palabra y esa noche el rey no pudo dormir pensando en ella. A la mañana siguiente, con ojeras y de mal humor, pidió que vinieran inmediatamente los sabios de la corte.
Una vez que estuvieron todos presentes les dijo cual era el motivo de la inesperada reunión. Señores, quiero tener aquello que llaman felicidad...
Entonces los sabios se miraron con caras de preocupación, sabiendo lo sutil e inasible que es la llamada felicidad. Finalmente, uno de ellos, el más viejo de todos, encontró una posible solución: Rey, le dijo, iremos a buscar a un hombre verdaderamente feliz y le pediremos que nos de su ropa. Cuando usted se la ponga, podrá ser feliz como él.
El Rey, que habia tomado el tema como si fuera otro "asunto de guerra" anuncio: Muy bien señores...el Rey irá junto con ustedes en busca de ese hombre.
Entonces la comitiva, con sus pajes, sus carruajes, sus sabios y sus asistentes, acompañados por el mismísimo rey, salió a realizar dicha saga.
Luego de recorrer durante varios dias todas las comarcas de arriba a abajo preguntando a los aldeanos por alguien que fuese verdaderamente feliz, ninguna respuesta positiva obtuvieron. Algunos tenían problemas con sus pequeñas tierras, otros con sus mujeres, las mujeres con sus familiares, con sus hijos...
Con el animo bastante apesudambrado el Rey decidió detener la comitiva y sentarse a descansar bajo un frondoso arbol, que invitaba a la siesta. Junto al arbol corria murmurando, un arroyo fresco y saltarín, abundantes en flores que llamaban a mariposas de todos los colores. Entonces, el Rey vislumbró un hombre, un pequeño hombre que se dirijia hacia donde él estaba. El Rey dió la orden a sus soldados que lo dejaran pasar. El hombre, ante semejante despliegue de carruajes, banderas y soldados no sabia que hacer.
El Rey le hizo un gesto con la mano y ambos se sentaron bajo el arbol. Entonces el Rey le pregunto: Dime, tu sabes quien soy pero yo no. Simplemente quiero saber si tu eres feliz. El hombre en su humildad y simpleza, espero unos segundos bajando la mirada ante el Rey y dijo suavemente: si... Pero dime, dijo el Rey, eres entonces verdaderamente feliz? -Si, mi Rey, tengo mis ovejas, este arbol donde descanso...el rio...soy un hombre feliz.
Bueno, le dijo el Rey imperativamente siguiendo el consejo de los sabios, entonces te ordeno que me des tu camisa.
Y el humilde hombre le respondio: Mi Rey, no tengo camisa...
El cuento habla de un rey de un antiguo reino que poseía todas las posesiones que se pueden poseer. Sus manjares eran traídos de los rincones mas alejados de la comarca, gozaba del amor de las doncellas mas jóvenes y hermosas y practicaba los deportes mas lujosos.
Pero un día escucho hablar de la felicidad. Alguien pronuncio esa palabra y esa noche el rey no pudo dormir pensando en ella. A la mañana siguiente, con ojeras y de mal humor, pidió que vinieran inmediatamente los sabios de la corte.
Una vez que estuvieron todos presentes les dijo cual era el motivo de la inesperada reunión. Señores, quiero tener aquello que llaman felicidad...
Entonces los sabios se miraron con caras de preocupación, sabiendo lo sutil e inasible que es la llamada felicidad. Finalmente, uno de ellos, el más viejo de todos, encontró una posible solución: Rey, le dijo, iremos a buscar a un hombre verdaderamente feliz y le pediremos que nos de su ropa. Cuando usted se la ponga, podrá ser feliz como él.
El Rey, que habia tomado el tema como si fuera otro "asunto de guerra" anuncio: Muy bien señores...el Rey irá junto con ustedes en busca de ese hombre.
Entonces la comitiva, con sus pajes, sus carruajes, sus sabios y sus asistentes, acompañados por el mismísimo rey, salió a realizar dicha saga.
Luego de recorrer durante varios dias todas las comarcas de arriba a abajo preguntando a los aldeanos por alguien que fuese verdaderamente feliz, ninguna respuesta positiva obtuvieron. Algunos tenían problemas con sus pequeñas tierras, otros con sus mujeres, las mujeres con sus familiares, con sus hijos...
Con el animo bastante apesudambrado el Rey decidió detener la comitiva y sentarse a descansar bajo un frondoso arbol, que invitaba a la siesta. Junto al arbol corria murmurando, un arroyo fresco y saltarín, abundantes en flores que llamaban a mariposas de todos los colores. Entonces, el Rey vislumbró un hombre, un pequeño hombre que se dirijia hacia donde él estaba. El Rey dió la orden a sus soldados que lo dejaran pasar. El hombre, ante semejante despliegue de carruajes, banderas y soldados no sabia que hacer.
El Rey le hizo un gesto con la mano y ambos se sentaron bajo el arbol. Entonces el Rey le pregunto: Dime, tu sabes quien soy pero yo no. Simplemente quiero saber si tu eres feliz. El hombre en su humildad y simpleza, espero unos segundos bajando la mirada ante el Rey y dijo suavemente: si... Pero dime, dijo el Rey, eres entonces verdaderamente feliz? -Si, mi Rey, tengo mis ovejas, este arbol donde descanso...el rio...soy un hombre feliz.
Bueno, le dijo el Rey imperativamente siguiendo el consejo de los sabios, entonces te ordeno que me des tu camisa.
Y el humilde hombre le respondio: Mi Rey, no tengo camisa...
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