Te dejé en una esquina cualquiera. Liviano fue el beso de adios. Bajé por la calle que me dijiste. El aire fresco entró a mis pulmones y se mezcló con el perfume de la noche anterior. A fruta madura, a piel transpirada y saliva.
Ese choque químico, alcalino, provocó un placer en mi que solo vos, tal vez, podrás entender.
En el subte, ver algunas chicas lindas subir al vagón y pensar: ¿como habrá sido su noche de anoche? habrán gozado, habrán sido felices, bien amadas? cuanto de ese chico, de ese hombre, necesitarán para sentirse plenas, radiantes, alegres?
La tuya, tu alegria, no la cambio por ninguna.
Después, subiendo por la escalera mecánica del subte lo mismo: cerrar los ojos, salir suavemente al exterior y volver, con el recuerdo, al interior de tu casa. A tu cuarto y a tu colchón.
Un placer sin la insistente voz posesiva: Que lindo esto que viví...quiero mas...!
(escrito un 10 de febrero de 2011)
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