Todos quisimos ser gustavo alguna vez.
Un todavía cassette de ruido blanco que se detuvo con tu ACV de silencio veinte años después.
Letras teñidas de un líquido mental para escribir el poema de varias generaciones.
Mi living verde y una música sensible y molecular, azúcar blanca y de la otra para mis "que le vamos a hacer" tardes de recitales Alfonsín y Presidente Cemento.
Quiero recuperarme, dice Gustavo en una canción. Las neuronas ahogadas del ACV no pueden con los puntéos rabiosos de la guitarra. Parece que todos sabíamos de su infiníto valor menos ese costado barranca del él.
Un par de veces lo vi, la tristeza cool de sus ojos claros, la sonrisa medida de alguien que la vive en un sidecar mental transparente y aéreo que vos no. Una altura justa, una espalda clásica y un final que Gustavo no escribió cuando en un segundo spinettero se despistó.
Un temblor adolescente que retumba en los resortes del software de nuestro sofá. Como volver a volver y no alejarse tan lánguidamente, Gustavo, vos que ya no podes y nosotros que podemos, que nos sobran tantas tardes de auriculares y soda en la mochila.
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