17.4.19

el ojo en la acera

Tu sei, Madrid, francés bahion, los Redondos en el walkman y el fantasma yonki perdiendo su mirada en la mía.
El ojo de rojo buscando la vena de la vida en un vaso de plástico de Coca-cola.
Un ángel esculpido en las alcantarillas del centro financiero madrileño.
Juego a jugarme la vida por un rato pero después casi que es así; me sumerjo en los bajos del Azca y ya no soy yo, ni son los 19 años que dice el calendario después del 2000.
Ahora solo es el miedo, corriendome las piernas y yo volando con la bici negra como este sueño.
Pero como en las buenas películas el cuento termina bien y aparece una escalera llena de sol que me lleva a la superficie.
Vuelvo al walkman imaginario: los Redondos, los Rodriguez, Moris, Sabina,...
Un peruano camina perdido sobre el puzzle de mi infancia que llega hasta el Azca, donde yo calzo como una ficha perfecta.
Le deseo la vuelta a su hogar mientras él, al parecer, sigue haciendo una cuenta imposible para llegar a un avión que se marcho hace rato.
Por la izquierda de mis gafas aparece un chico negro, como el extra mas pobre del clip mas pobre de MJ. Otro personaje desclasado en este Azca Ibex 35.
Nadie parece verlos, como las colillas o ese pequeño cristal que para mi brilla como el diamante de la piedra preciosa de mi dulce infancia.
El pequeño Michael va pegado a la dura piel de los viejos macetones con alquitrán de los años 80. Deambula, papelillo en la mano, hurgándose la vida.
Como decía una sabia mujer: negra, fea y pobre. Que menos puedo ser.
Yo sigo comiendo el bocata pero con un ojo picándome el instinto. No quiero que nadie me robe la bici de Rafa, mi salvoconducto volador.
Mi miedo negro finalmente pasa por mi flanco derecho y mi mirada rebota en el suyo.
Sigo mi lunch de dandy con lamparones y dejo de escribir justo cuando levanto la cabeza y aparece en primer plano el hermano/miedo mayor. Ahora si viene en serio la cosa. Junto los petates, pillo la bici, enciendo el instinto y le espeto un No, no tengo (mechero)
Aunque él no se lo imagine -porque aparento menos y mas un turista que otra cosa- podría ser mi hijo negro. Un recuerdo de una vasca de chavales caminando en panda hacia la Ventilla, envalentonados por la perdida de sus queridas bicis. Del lado de la sombra, nuestros macarras - los desclasados de los 80.
Nuestros por ser amigos de juegos, por ser enemigos íntimos, competidores de nuestras compas del cole hechas mujeres por ellos, sombras por terminar en el laberinto de las bolsas para esnifar pegamento y las sirenas de los maderos.
Así salgo de mi propio túnel del tiempo, me mudo a este Madrid 2019 y saludo a la mirada vacía del último yonki del Azca.  Vuelvo por Orense extrañando los puticlubs de mi infancia - rojos y con olor a brandy dulzón-  hoy convertidos en límpidos sushi bar.
Llego a mi barrio que es Tetuán y mientras cierro esto que escribo llueve en Madrid y tal vez haya sol en Buenos Aires.

1 comentario:

Anónimo dijo...

que porqeria