21.1.10

Esta mañana

Escribir como abrir una ventana de la memoria.
Desde la mía, una pareja color café con leche pasa  por la blanca esquina de un nuevo edificio sin historia. ¿Antes que había? ¿Antes quien era yo?¿Si tuviéramos un deseo, que pediríamos, recorrer el espacio o adentrarnos en el tiempo?
Imagino un dios para cada una de esas dos coordenadas. El que conoce cada rincón, cada cajón y casa pensamiento oscuro, cada leve suspiro de este presente universal. Y otro dios, el que no olvida, el que recuerda todo lo que ya paso. Cada esquina demolida, cada amor olvidado, cada niño que fuimos, cada ola que nos barrenó.
Este ultimo dios rescata todo lo que el otro desecha. Con él querría charlar.
Un super abuelo con ojos que brillan y mente de plastilina. Mi madre me cuenta de una escritora brasileña que cada sábado escribía un cuento para poder vivir. Me cuenta de esta mujer que elegía algo pequeño, un detalle, y lo hacia grande. Veo caer la lluvia y pienso que es un buen ejemplo. ¿Que es la lluvia sino un cumulo de detalles, miles, millones de gotas cayendo a la vez? Porque las hay finas, gordas, frías, las hay que caen perpendiculares al suelo, las que se rebelan antes de caer a morir...
Hoy es sábado. El dios del espacio andará chamuyando por alguna esquina o en la cola de la panadería. El dios del tiempo estará sumergido en sus libros, viendo la lluvia caer, ordenando sus estampillas por enésima vez.
Yo trato de ordenar mis ideas, de atrapar una al vuelo y encontrar ese objeto abandonado en la arena de la lejana memoria. Ahí esta! La lluvia y un bocinazo me remiten a días laborales, a edificios y a oficinas. Entonces, las gotas se transforman en papelitos que caen de miles de ventanas anónimas del microcentro.
Es el ultimo día hábil del año: el día de los papelitos. Mi abuela, que vivía frente a la plaza San Martín, me llevaba caminando hasta el Bajo a verlos caer.
Los oficinistas recortan todo el papelerio del año, todos los tramites que ya vencieron, todas las hojas llenas de números que el tiempo ya aburrió. Y los lanzan al vuelo. Uno, transeúnte del suelo, alza la vista, ve salir esa imágen de camisa recortada e imagina la felicidad de su dueño.
Esa lluvia liberadora, esa catarsis...¿made in lanús?, ese ritual que no se desde cuando se realiza y si sucede en otras partes del mundo(1). Pero si en Valencia queman muñecos gigantes y cabezudos, si en China usan el estruendo de la pólvora para los finales y los comienzos, me gusta imaginar que en buenos aires tenemos nuestra propia lluvia, la lluvia de los papelitos.
Unas semanas atrás mi hermano me llamo emocionado: "Estoy viendo caer los papelitos...! No sabes lo que es esto...!" Quizás para él, tanto como para mi, este ritual era algo mas bien del pasado, algo que guardaría el dios que ya sabemos. Pero no. Ahí estaban los dos, espacio y tiempo, presente y memoria, meciéndose en esa blanca lluvia de serpentinas caída del cielo.
(1) Mi amiga Alejandra, desde Uruguay, me cuenta que en el microcentro montevideano también llueven los papelitos. Ya somos dos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

que lindo recuerdo!!
yo vivía ahí, en pleno centro, o casi, y mi madre también me llevaba a verlos caer ¿habremos visto la misma lluvia alguna vez? Cuando salíamos, al día siguiente buscabamos papeles raros, algún recorte de agenda del día de alguno de nuestros cumpleañoas... lo que fuera. Hace rato que no voy por el microcentro en esa época ¿seguirá existiendo ese ritual?
Que lindo, gracias por este recuerdo. Vengo de unos días mas grices que el cielo de hoy y ando sin palabras, sin ganas de escribirlas ni decirlas :(
pero me hiciste sonreir