22.7.12

Ni tan bucólicos ni tan eternos.

Un transparente editor me pide que haga una analogía entre Madrid y Buenos Aires. A través de un inexistente mail le respondo que se me ocurren mas diferencias que otra cosa. Y así nace esto que sigue:
Madrid esta representada por un animal y un árbol, el Oso y el Madroño, tan suyos y tan cercanos a la vez, que podrían ser escritos en minúsculas, junto al pueblo de esa villa, la afamada Villa de Madrid.

Buenos Aires, que nadie duda que si fuese sería una mujer, esta representada por el Obelisco: fálico, mayúsculo, solitario, abstracto e inalcanzable. Por lo tanto, un ícono contradictorio, como la ciudad y su pueblo.

Madrid: La estatua que representa el escudo de esta ciudad, el Oso y el Madroño, esta situada en la popular y mundana Puerta del Sol. Ninguna valla lo protege, su altura es tal que cualquiera puede tomarse una foto abrazado a la misma y aparecer, casi, junto al simpático oso y su tierno arbolito.

Buenos Aires: El Obelisco esta vallado hace ya no sabemos cuanto tiempo. Su blanco color y las oscuras intenciones de los muchachos del grafitti no hacían buenas migas.
Para el recuerdo del alegre turista, sacarse una foto con la inhiesta pirámide, resulta un desafío y otra contradicción. ¿Porque? Para tenerlo cerca, para mostrarse junto a él, el fotógrafo tiene que alejarse decenas de metros, hasta el punto que la cámara pueda tomar a ambos: al pequeño turista -pequeño en la foto- y al elevado símbolo porteño.

Deberíamos aclarar, por otro lado -para no dar los palos siempre en el mismo lado del costal-, que ya hace mucho tiempo que no hay osos ni madroños en la globalizada ciudad de Madrid y que, como toda ciudad del siglo XXI, su esencia esta en permanente cambio, mal que les pese a algunos.
Sobre todo a aquellos castizos de pura cepa, dueños de algunos bares, que al entrar te siguen gritando el clásico: "...que-va-a-ser?!!", como bienvenida. Traducido a algo más humanamente comprensible sería: ¿Que desea tomar...que va a pedir?
Para algunos, como para este porteño que escribe, más que con un mozo, era enfrentarse con un boxeador, que nada tiene que ver con la eterna y bucólica imagen del osito.

En cambio, el perenne icono porteño pareciera bailar un acompasado tango entre el significante y su significado, en este caso, el pueblo de Buenos Aires. Miles de sobrecitos de azucar endulzan eternamente la imágen del Obelisco, junto a la sonrisa de Gardel, la otra representación cabal del porteño.
Gardel y el Obelisco,...tal para cual, no?

No es para que se enojen, muchachos, pero nunca se conocieron: el Morocho murió antes de que levantaran la egipcia pirámide .
Hasta en eso somos y seremos porteños: Contradictorios, elevados y aparentemente eternos.

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